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viernes, 24 de abril de 2015

Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española

A continuación compartimos las palabras del Cardenal Mons. Ricardo Blázquez, Presidente de la Conferencia Episcopal Española, aludiendo al Año de la Vida Consagrada y V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús, en su Discurso inaugural de la CV Asamblea Plenaria de la CEE.


El día 21 de noviembre, fiesta de la Presentación de la Virgen María, y 50 aniversario de la aprobación de la constitución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, escribió el papa Francisco una carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada.
Casi coincidiendo con este Año discurren las celebraciones del V Centenario del naci-miento de santa Teresa de Jesús, nacida en Ávila el día 28 de marzo de 1515, donde comenzó la reforma del Carmelo, y muerta en Alba de Tormes (Salamanca), en 1582. Llama la atención que las numerosas iniciativas para celebrar estas efemérides hayan encontrado una acogida gratificante. Solo aludo en este momento a la valiosa exposición organizada por la Fundación Las Edades del Hombre, en la ciudad de Ávila y en la villa de Alba de Tormes. Es una exposición nueva de la larga serie de exposiciones de las Edades del Hombre, que sorprendentemente mantienen una altura admirable. No decaen ni su calidad ni su estilo. Se asemejan a una cordillera con muchos picos, y ninguno de los cuales pierde altura. El último día de la Asamblea Plenaria que estamos inaugurando peregrinaremos los obispos de la Conferencia a Ávila. Allí celebraremos la eucaristía en la iglesia que se levantó en el emplazamiento de la casa natal de Teresa de Cepeda y Ahumada, de santa Teresa de Jesús, de la santa. Tendremos también la oportunidad de rezar y saludar a las carmelitas de los conventos de la Encarnación y de San José; en el primero pasó muchos años y desde allí salió para fundar; se orientó en su reforma con la clave de la pequeñez evangélica. Deseamos que la memoria, la intercesión y el magisterio de santa Teresa nos alienten para responder a «tiempos recios» como «amigos fuertes» de Dios. Volveremos a Ávila, Dios mediante, a principios de agosto para el Encuentro Europeo de Jóvenes. Santa Teresa, que cuando estaba muriendo en Alba de Tormes exclamó «es tiempo de caminar», nos acompaña llevando el Evangelio por los caminos del mundo.
El papa Francisco ha dirigido la preciosa carta a los consagrados como sucesor de Pedro y «como hermano vuestro, consagrado a Dios como vosotros». Él mismo se introduce como destinatario, partícipe de la gracia, de la misión y de la esperanza que comporta la vida consagrada. Es comprensible que los religiosos y religiosas hayan proyectado en el papa Francisco un apoyo peculiar en la situación actual. Varios religiosos han expresado esta confianza en entrevistas que proliferan en este Año de la Vida Consagrada. Agradecemos a los entrevistados el testimonio de su vocación y de su vida. Lo que dice la constitución conciliar, acerca de la Iglesia, se puede aplicar también a la vida consagrada: «Va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios» (Lumen gentium, n. 8). La carta, que está prestando un servicio estupendo en congresos y en reflexiones personales y comunitarias, señala tres objetivos: «Mirar al pasado con gratitud», «vivir el presente con pasión» y «abrazar el futuro con esperanza». Se puede decir probablemente que la vida religiosa se encuentra en una travesía pascual de la que forman parte las pruebas e incertidumbres y también los signos de nueva vida. El Señor conduce la historia providencialmente, librándonos del dominio de la casualidad, fatalismo o arbitrariedad, y apelando a nuestra responsabilidad libre y fiel.
Podemos afirmar, utilizando una comparación, que la escala del mapa de la vida religiosa ha cambiado profundamente en los decenios últimos. En nuestras latitudes, dentro de no muchos años, la presencia de la vida religiosa, tanto contemplativa como apostólica, será de unas dimensiones muy distintas. Todos padecemos este proceso de debilitamiento con inquietud y también con la mirada puesta en el Señor. Queremos descubrir el designio de Dios en estos cambios, que nos desconciertan en un sentido y en otro nos ayudan a descubrir con mayor radicalidad la primacía de la gracia.
También el número de los ministros del servicio presbiteral en nuestras diócesis será pronto, lo está siendo ya, considerablemente menor. Por esto, queremos reflexionar conjuntamente en la Asamblea Episcopal, compartiendo experiencias y proyectos, sobre las vías para que toda comunidad cristiana pueda recibir los servicios fundamentales que requieren su vida y misión. El horizonte en que queremos movernos es de vitalidad misionera, y no simplemente de resistencia y aguante.
El papa Francisco, en la carta a que venimos refiriéndonos, hace una invitación a los obispos. Estas son sus palabras: «Que este Año constituya una oportunidad para acoger cordialmente y con alegría la vida consagrada como un capital espiritual que contribuye al bien de todo el cuerpo de Cristo (cf. Lumen gentium, n. 43), y no solo de las familias religiosas. "La vida consagrada es don hecho a la Iglesia, nace en la Iglesia, crece en la Iglesia, está totalmente orientada hacia la Iglesia" (Intervención de Mons. D. J. M. Bergoglio en el Sínodo episcopal del año 1994 sobre la vida consagrada). Por eso, al ser don a la Iglesia, no es una realidad aislada o marginal, sino que pertenece íntimamente a ella; está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo de su misión, ya que expresa la íntima naturaleza de la vocación cristiana». Religiosos, ministros de la Iglesia y laicos somos hermanos en el Pueblo de Dios. Todos nos necesitamos recíprocamente dentro de la Iglesia, que es la familia de la fe. Cada hermano es un don para el otro. Damos gracias a Dios por los consagrados que siguen más de cerca (pressius) a Jesús virgen, pobre y obediente, y nos impulsan en ese dinamismo. Sus gozos son también nuestros, sus padecimientos nos hacen sufrir también a nosotros. En la debilidad queremos apoyarnos y alentarnos unos a otros. Agradecemos las palabras del papa que termino de citar y que han resonado no solo en esta Asamblea, sino también en nuestro espíritu y nuestros empeños pastorales. Las iniciativas programadas para este Año de la Vida Consagrada hallan eco en nuestras Iglesias y nosotros como pastores las animamos. Los consagrados ocupan un lugar destacado en nuestros cuidados pastorales, que expresan la gratitud y la estima cordial por su vida, presencia y misión.
Junto a ellos está el ministerio y vida de miles de sacerdotes que en nuestras diócesis trabajan abnegada y ejemplarmente en colaboración con nosotros los obispos en las más variadas parcelas de la actividad pastoral, en especial en las parroquias de nuestros pueblos y ciudades. Ellos ocuparán también, como he dicho, un espacio en las reflexiones de la presente Asamblea al tratar no simplemente los problemas derivados de la disminución del número de sacerdotes o del aumento de la media de edad a la hora de la atención pastoral de las comunidades, sino sobre todo de su participación corresponsable en la misión universal de la Iglesia que no se reduce a los límites de la propia diócesis.

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